El Papa, los pobres y el cambio climático: Bjorn Lomborg
La élite mundial tiene poca idea de lo que afecta a los pobres, dice el Papa. Tiene razón. Pero pareciera que esta observación también, a veces, se aplica a la Iglesia. Se espera que en los próximos días, durante su visita a Nueva York, el Papa repita declaraciones de la encíclica Laudato Si, que presentó en junio pasado y en la que se refirió al cambio climático. En el texto, él expresó su preocupación por la dependencia de la humanidad a los combustibles fósiles.
En el documento declaró que el calentamiento global es uno de los problemas preeminentes que enfrentan los pobres. Dijo que la élite está fuera de foco, si no se da cuenta de lo siguiente: “Muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder, ubicados en las zonas urbanas ricas, están muy lejos de los pobres, con poco contacto directo con sus problemas”. Pero, ¿acaso los pobres del mundo creen que la reducción de carbono es una prioridad?
Desde marzo de 2013, las Naciones Unidas han examinado el ranking de las 16 prioridades políticas que consideran los ciudadanos. Ahora, han participado más de 8 millones de personas, de las que casi tres millones viven en los países más marginales. La educación es la máxima prioridad para los más desfavorecidos del mundo, seguido de una mejor salud, mejores oportunidades de trabajo, un gobierno honesto y sensible, y alimentos nutritivos y accesibles.
Para el mundo entero como para los más desfavorecidos, el clima figura en el último lugar (en el número 16), detrás de otras 15 prioridades. Ni siquiera es una carrera reñida. Podemos mirar con mayor detenimiento los datos. Las mujeres con escasa educación de los países de bajos ingresos están en desventaja en muchas formas: se encuentran entre las personas más vulnerables de la Tierra, con la voz más débil en las discusiones mundiales. Sus principales prioridades son, de nuevo, la salud, la educación y el empleo. La acción sobre el calentamiento global ocupa el último lugar.
Solo cuando destacamos las respuestas de las naciones más ricas de la Tierra, el calentamiento global aparece como una prioridad. Aun entonces ocupa el puesto 10. Los pobres, de forma abrumadora, dicen querer mejor atención sanitaria y educación, más puestos de trabajo, un gobierno honesto y más comida.
El Papa tiene razón en que la élite mundial a menudo se olvida de lo que quieren los más pobres del mundo. Pero no es una acción contra el cambio climático lo que reclaman, como él y muchas otras personas bienintencionadas. Frente a este claro rechazo, muchos activistas del clima un tanto condescendientes sugieren que los pobres no saben lo que es mejor para ellos.
Esto es porque el calentamiento global agrava muchos problemas que afligen a las personas vulnerables (por ejemplo, la malaria). Como apuntó el Papa en su encíclica sobre el cambio climático: “Muchos de los pobres viven en zonas especialmente afectadas por los fenómenos relacionados con el calentamiento”.
Este es un punto valioso. Como las temperaturas aumentan, los mosquitos de la malaria pueden llegar a ser endémicos en más lugares, quizás aumentando las infecciones. No ocuparse del calentamiento global podría empeorar la malaria. Pero esta es una forma miope de ver los desafíos del mundo, y nos lleva a respuestas equivocadas.
Mírelo de esta manera: podríamos elaborar un argumento similar acerca de la malaria misma. Si no abordamos esa enfermedad, millones morirían, pero, además, un montón de otros problemas empeorarían también. Y la falta de tratamiento perturba el desarrollo, ya que los niños enfermos pueden absorber menos nutrientes y su escolaridad se afecta. Los efectos, a largo plazo, pueden ser dramáticos. Las sociedades endémicas de malaria tienen tasas de crecimiento económico más bajas debido a que más adultos están enfermos e improductivos. Millones quedarán en la pobreza por más tiempo.
Más aun, las políticas de cambio climático, como los recortes en los combustibles fósiles que defiende el Papa, son una manera terriblemente ineficiente de ayudar a las víctimas de la malaria. La reducción de carbono del Protocolo de Kioto podría evitar mil 400 muertes por malaria, por $180 mil millones al año. Con solo $500 millones gastados en políticas directas contra la malaria se salvarían 300 mil vidas. Si una política climática implementada a tiempo puede salvar a una persona de la malaria, las políticas inteligentes contra esa enfermedad pueden salvar a más de 77 mil personas.
Esto es igual para una amplia gama de problemas. Cuando los activistas del carbono señalan que el clima reduciría los aumentos en el rendimiento agrícola tienen razón. Pero ayudar directamente con más investigación, mejores variedades, más fertilizantes y menos biocombustibles costará mucho menos y aportará mucho más beneficio, más rápido. El fantasma de peores huracanes es planteado a menudo por los defensores del cambio climático como un argumento para el recorte de CO2. Pero el clima extremo perjudica, sobre todo, a los pobres porque son pobres.
Cuando un huracán golpea a la Florida pocas personas mueren, mientras que un huracán similar en Honduras o Nicaragua puede matar a miles y devastar la economía. Ayudar de forma directa a la gente a salir de la pobreza es mil veces más eficaz que confiar en las reducciones de carbono. Esto no significa que debamos ignorar el calentamiento global. Es un problema real, y nosotros somos una civilización avanzada, que puede hacer frente a varios problemas al mismo tiempo. Pero debemos abordar el calentamiento global de manera mucho más inteligente, con menos recursos y más impacto. También, escuchar con atención al mundo de los más pobres, y enfocarnos en sus verdaderas prioridades.
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