Historia secreta: cómo se gestó la encíclica ambiental del Papa
“Laudato Si”, la encíclica del Papa sobre Medio Ambiente, habrá recibido alabanzas entre políticos, jefes de Estado y ONGs en todos lados, pero aún falta saber si sus poderosas palabras son capaces de influir en las discusiones globales sobre cambio climático, que hace dos semanas culminaron otra etapa preparatoria en Bonn con los pies aún embarrados.
Francisco se queja mucho de esta lentitud exasperante en su documento, aunque no es difícil entender por qué todo sucede así: este proceso, que deberá terminar en la Conferencia de Cambio Climático de París, en diciembre próximo, tiene como horizonte descarbonizar nuestras economías. Nada más ni nada menos que el mundo al que estamos (mal) acostumbrados.
Pero la encíclica papal no ocurre en el vacío. Hace sólo unos días, el G-7 emitió un comunicado prometiendo eliminar los combustibles fósiles antes de fin de siglo, lo que equivale ponerle fecha de vencimiento a las empresas más poderosas que hoy existen. Francisco sabía que Angela Merkel venía fogoneando esta declaración porque se lo había soplado Ban Kee Moon cuando lo visitó en Roma. El jefe de Naciones Unidas –contaron ONGs cercanas al proceso– fue quien le pidió a Bergoglio que demorara para la segunda mitad de junio el lanzamiento del documento para que tuviera un efecto resonante en cadena.
En el medio, ocurrió otro acontecimiento con menos ruido político pero de importante argumento técnico: fue un informe de la Agencia Internacional de Energía, que advirtió que hasta el momento las promesas de reducción de gases de efecto invernadero –que cada país tiene que presentar antes de octubre– no alcanzan para que zafemos de un alza de la temperatura inferior a los 2 grados centígrados, considerado el límite menos catastrófico.
Ahora, Bergoglio tendrá otros momentos para brillar con su prédica socio-ambiental y ocurrirán en septiembre. Uno, en el Capitolio, donde podrá verle el rostro a los republicanos que dudan del cambio climático, y la otra cuando se dirija a la Asamblea General de la ONU. Para apoyarlo, se está gestando para el 24 de septiembre una gigantesca vigilia de ONGs en Nueva York, que aseguran los que saben, tendrá dimensiones históricas.
Pero antes que eso, el 1 de julio, se presentará la encíclica ante la sociedad civil en Roma. Al encuentro asistirá, por ejemplo, Naomi Klein, la activista anticapitalista, autora del libro Esto cambia todo. Ni ella puede creerlo. “Mucho del lenguaje de justicia ambiental que usan las organizaciones ha sido adoptado por el papa”, comentaba la canadiense, todavía algo sorprendida.
Cuando se lee la encíclica, se puede advertir rápidamente que las convicciones de Francisco son muy profundas y hasta se adivinan los problemas ambientales que han dominado el debate en la Argentina de los últimos años: ríos contaminados, expansión de la frontera agrícola y uso de agrotóxicos, minería y, obviamente, la pobreza.
El arzobispo de Lomas de Zamora, Monseñor Lugones, dijo que la iglesia en la Argentina ha venido trabajando estos temas desde el 2003, pero gente que estuvo en el Vaticano recientemente asegura que fue la visita que el papa hizo a Brasil en 2013 la que lo decidió llevar adelante el proceso de “Laudato Si”.
En ese sentido, fue clave Erwin Krawtler, prelado del territorio de Xingú, en Belém do Pará (Brasil), que es un conocido activista de las causas indígenas y además un férreo opositor a la construcción de la mega represa de Belo Monte.
Los primeros borradores se hicieron en la UCA y fueron y vinieron entre Buenos Aires y Roma varias veces, aunque es indudable que la frase “la Tierra cada vez más es un depósito de porquería” proviene de la bronca de Bergoglio. Fueron también consultadas secretamente fuentes de las más diversas, que van desde Christiana Figueres, la costarricense al frente de la convención de la ONU para cambio climático, hasta ONGs como congregaciones religiosas.
El decano de la UCA, Monseñor Víctor Manuel Fernández, dijo a este diario: “Le escuché decir al Papa que se partió de un primer borrador, pero luego llegó un vendaval de aportes y propuestas de gente de todo el mundo: científicos, activistas, filósofos, empresarios, políticos. Me contó que, sin contar los aportes menores, o las cartas más sencillas, hubo más de 200 colaboraciones de mucho valor, y que eso permitió elaborar un texto que dialoga mucho con las inquietudes más variadas. Yo mismo reuní a investigadores y docentes de mi Universidad, de distintas disciplinas, y elevamos un aporte”.
El día que se lanzó la encíclica había un ambiente de esperanza en el edificio de Naciones Unidas en la ciudad de Nueva York, entre otras cosas, porque la causa de cambio climático encontró por fin un referente moral que estaba necesitando. Pero, como decía Martín Kaiser, de Greenpeace International la semana pasada, en los papeles “todavía se está muy lejos del objetivo”. Por lo menos, han cambiado los ánimos. Y eso se lo debemos a Francisco.