El clima y la meteorología, factores clave en el hundimiento del Titanic
Sin dudarlo, el trasatlántico más famoso de la historia es el Titanic, un majestuoso buque de casi 270 metros de eslora, 28 metros de manga y 46.300 toneladas, que se hundió a 600 kilómetros de Terranova la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912. Viajaban a bordo 2.223 personas, de las cuales murieron 1.514, convirtiendo el suceso en uno de los peores naufragios ocurridos en tiempo de paz.
Partió desde Southampton, al sur de Reino Unido, el 10 de abril, y tras parar en Francia e Irlanda, tomó definitivamente rumbo a Nueva York, lugar al que viajaban los sueños de prácticamente la totalidad de sus viajeros, que esperaban conseguir una mejor vida al otro lado del océano.
Cualquier desastre es una concatenación de hechos, consecuencias y errores, y lo del Titanic no fue menos. Desde que los remaches no aguantaron la presión y estallaron, hasta la codicia por la publicidad de Bruce Ismay, presidente y director de White Star Line (compañía naviera del barco), que obligó al capitán, pese a las advertencias de éste, a mantener la máxima velocidad para llegar a destino en un tiempo récord.
Pese a las causas humanas, innegables y principales culpables del naufragio, la naturaleza tampoco jugó a favor del viaje inaugural del Titanic, y la situación climática de las décadas anteriores, junto a la meteorología e incluso astronomía en las semanas antes del naufragio, fueron claves para conseguir la tragedia.
El año 1850 se considera el fin de una pulsación climática fría conocida comoPequeña Edad de Hielo, un periodo que congeló el hemisferio norte; hizo avanzar los glaciares y la extensión de hielo y nieve, causando inviernos mucho más fríos que los que sufrimos hoy en día. Este fenómeno hizo que la banquisa ártica fuera más grande, pero con el fin de esta etapa y la llegada de una oscilación cálida a partir de 1850, promovida en buena parte por las primeras grandes emisiones de gases de efecto invernadero, el hielo comenzó a fundirse y el Ártico se iba debilitando, por lo que el agua fría del hielo derretido, junto a los icebergs resquebrajados de los glaciares que salían al océano, mantenían las aguas del Atlántico norte bastante gélidas.
Así continúo la situación hasta que el 4 de enero de 1912, una alineación entre el Sol y la Luna causó mareas anormalmente altas, tal y como ocurriría hoy en día, que consiguieron durante su ascenso romper aún más grandes bloques de hielo y, cuando descendieron, arrastraron consigo todos esos icebergs hacia el Atlántico, tres meses antes de que el barco zarpara. Pero el agua fría no fundiría el hielo del todo y podía mantener «con vida» los grandes témpanos de hielo hasta que uno se cruzara en el camino.
Para colmo, el día del hundimiento, un potente anticiclón se situaba sobre la ruta, provocando una meteorología muy estable, nada de viento y, por tanto, un mar en calma sin nada de oleaje, lo que no permitió ver el iceberg con antelación, pues si hubiese habido viento, al romper contra el témpano, las olas hubieran permitido verlo mucho antes; pero, como el propio capitán Smith anunció, esa noche «el mar estaba como una taza de té».
A las 23.40 del 14 abril, con el Titanic navegando a poco más de 40 km/h, el vigía hizo sonar la campana de alarma, pero ya era demasiado tarde para esquivarlo. Dos horas y media duró el pánico, la confusión; y sin dudarlo, el mayor de los errores fue la ausencia de botes salvavidas suficientes para todos los pasajeros. A las 02.20 de la madrugada, el Titanic se depositó a 4.000 metros de profundidad, permaneciendo en la más absoluta oscuridad hasta 1985, año en que fue encontrado.
A día de hoy, sus restos se descomponen poco a poco, curiosamente debido, entre otros factores, a una bacteria llamada Halomonas titanicae, descubierta sobre el pecio en 2010.
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