Malaria y cambio climático
JORGE OLCINA En las últimas semanas han vuelto a saltar las alarmas por la expansión del virus de Zika causado por la picadura de un mosquito, debido a su posible relación con el desarrollo de alteraciones cerebrales en recién nacidos. Especialmente en los países sudamericanos del ámbito intertropical. Enseguida se ha relacionado con el calentamiento climático. No es algo nuevo. Hace ya tiempo se viene señalando lo mismo en relación con otras enfermedades llamadas tropicales, porque encuentran en los países situados en las proximidades del Ecuador su espacio geográfico de desarrollo idóneo. Y particularmente se ha relacionado el incremento mundial de temperaturas con la expansión de la malaria. Sin embargo, este sofisma es erróneo. En las últimas tres décadas el ámbito intertropical es el que menos ha experimentado la subida de temperaturas planetaria en contraste con los ocurrido en latitudes medias y polares; por tanto, la causa ambiental puede desestimarse. Y también la causa sanitaria, puesto que según el último informe de la Organización Mundial de la Salud sobre la malaria, desde comienzo del presente siglo ha descendido tanto el número de personas infectadas (de 173 millones en 2000 a 128 millones en 2013) como la propia tasa de mortalidad que se habría reducido en un 47% en el mismo intervalo. La extensión de las medidas preventivas (mosquiteros tratados con insecticida), de las pruebas de diagnóstico rápido y de los tratamientos a base de artemisinina, ha permitido reducir, de modo significativo, el dramático impacto de esta enfermedad. Además, cada vez son más numerosas las voces científicas que señalan que la malaria podría estar controlada en la próxima década gracias a los resultados muy esperanzadores de las vacunas que se están probando. De manera que el cambio climático va a tener muchos efectos negativos para la población mundial, pero no parece que la malaria vaya a expandirse con mayor virulencia a causa del calentamiento térmico planetario.
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